Pretextos

El de la suerte
Pretextos
Prólogo
El gato
Mi primer amor
Amor eterno
El de la suerte
Oración
Para toda la vida
Un milagro
Tortura
Diez minutos sin ella
Uno de tantos
Pienso en ti
Te extraño
Olvidar a Gloria
Por siempre jamás
Terca necedad
La huida
Sólo imaginaba
Preguntas tontas
Dos o tres heridas
La manifestación
La creación
Mil millas
Catarsis
Pretextos
Segundo lugar
De memoria y olvido
Entre príncipes
A veces pienso en ti
No vale la pena
Historia de fantasmas
Acorde al ritmo
Epitafio
¿Quién soy?
Identidad

Pretextos, de José Galván Rivas

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EL DE LA SUERTE

 

     Cómo, después de lo acontecido, puede el mundo seguir su curso. Mientras él vaga sin rumbo, arrastrando las trizas de su corazón, por las calles transitan cientos de personas, unas solas, otras en grupo, con prisa o en calma, en silencio o en animadas charlas; las parejas tomadas de la mano o abrazadas; algunos se detienen para ver los aparadores o la mercancía que a gritos ofrecen los vendedores ambulantes. Si tan sólo encontrara un hombro donde apoyarse para llorar su aflicción.

            “¡Idiota, fíjese por dónde camina!”, lo increpa una mujer con la que chocó. Él no hace caso, tal vez ni se enteró. Sigue con su andar lento mientras la mujer queda atrás, farfullando insultos.

            Avanza con pasos torpes; las manos, flácidas, en los bolsillos del pantalón; la vista fija en el suelo, sin ver nada; la espalda corcovada por el peso que le ha caído; tristeza y amargura en el rostro. El cielo nublado oscurece aún más su vida. Sin rumbo fijo, se deja llevar por la inercia, por el azar, por la suerte.

            Tenía muchos planes y había decidido que seríamos tan felices... Es lo malo de hacer planes sin tomar en cuenta a la otra parte: Ella decidió ser muy feliz, sin mí.

            –Lleve el de la suerte, joven –acercándole los billetes de la lotería al rostro, lo detiene una mujer.

            Con gran esfuerzo, con dolor, levanta la vista hacia la vendedora. La mira desde el fondo de su tristeza; remeda una sonrisa, se encoge de hombros, y vuelve a enclaustrarse en su pena. Intenta continuar su camino sin camino.

            –Con este billete resuelve todos sus problemas –insiste la vendedora.

            Todos sus problemas. ¿Qué sabe ella? Todos mis problemas son las ilusiones destrozadas por unas cuantas palabras, el amor que soñé y no existía. Los ojos se le humedecen; entonces advierte la mirada conmiserativa de la vendedora.

            –¿Qué le pasa, joven? ¿Peleó con su novia?

            Siente que esa mujer lo sabe todo. No puedo ocultarle nada porque me conoce mejor que yo mismo. Una lágrima solitaria cae por su mejilla, el dolor aflora, la herida descubierta exterioriza su desdicha.

            –No se preocupe, joven –maternal, lo consuela la mujer–: Ya verá que pronto se contentan.

            Difícil contenerse más. Las lágrimas brotan como el agua de la fuente. Todo era un juego, lo nuestro es imposible, me dijo; no quiso hacerme daño, que la perdone, me dijo. Y nada puedo hacer si no me quiere; perdí el juego, lo acepto, pero qué hago con todo este amor convertido de pronto en un peso agobiante, un lastre que no me deja vivir.

             Ella tiene la mano en su hombro. Él siente que la suerte lo llevó ante aquella mujer para recibir consuelo. Ella le limpia las lágrimas y lo reconforta.

            –Si mujeres sobran en este mundo –le dice comprensiva, con un dejo de humorismo triste–. Va a ver usted que pronto ni se acuerda. Si quiere, aquí lo voceo y más pronto se consigue otra. Un clavo saca otro clavo, pero es más fácil con un martillo.

            Algo ha cambiado. Terminaron las lágrimas. Siente que puede sonreír y sonríe.

            –¡Qué le parece si rifamos todo su amor para no desperdiciarlo! –exultante, la vendedora contagia alegría– Lo rifamos de acuerdo a las últimas cifras del premio mayor de la lotería. Yo le ayudo a vender los boletos.

            El dolor aún está allí pero ya no es importante. Sabe que la vida sigue y él puede y debe seguir. Gracias, gracias señora... Acaba de limpiarse los ojos y vuelve a sonreír.

            –Usted verá que esto es el principio de una vida mejor. Olvide el pasado y empiece de nuevo.

            Los ojos continúan húmedos, los recuerdos están allí, el dolor no se acaba, pero a quién le importa. Hasta siento deseos de abrazarla y besarla.

            –Gracias, gracias señora.

            –Ya ve, ya le cambió la expresión.

            La vendedora le da una palmadita en el hombro y lo deja para seguir ofreciendo su mercancía a los transeúntes: “El de la suerte, lleve el de la suerte...”

            Caminando sin rumbo, la suerte me trajo aquí. Un encuentro como éste sólo puede ocurrir una vez en la vida y hoy me tocó a mí.

            –Señora, por favor –la llama–: Deme un cachito...

            Se miran cómplices, dispuestos a vivir el presente y desafiar al futuro.

            –Claro, joven, éste es el bueno. Para empezar de nuevo, pero con harta lana.

 

 

Para Lupita.

¿Vale?

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Pretextos de José Galván Rivas
(C) 1999, José Galván Rivas
Nicolás Romero, Estado de México