Pretextos

Diez minutos sin ella
Pretextos
Prólogo
El gato
Mi primer amor
Amor eterno
El de la suerte
Oración
Para toda la vida
Un milagro
Tortura
Diez minutos sin ella
Uno de tantos
Pienso en ti
Te extraño
Olvidar a Gloria
Por siempre jamás
Terca necedad
La huida
Sólo imaginaba
Preguntas tontas
Dos o tres heridas
La manifestación
La creación
Mil millas
Catarsis
Pretextos
Segundo lugar
De memoria y olvido
Entre príncipes
A veces pienso en ti
No vale la pena
Historia de fantasmas
Acorde al ritmo
Epitafio
¿Quién soy?
Identidad

Pretextos, de José Galván Rivas

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DIEZ MINUTOS SIN ELLA

 

Con el ánimo por los suelos puedo escribir los versos más tristes esta noche, pensó, pero una cosa es pensarlo y otra sentarse a escribir; no basta tener el ánimo por los suelos, escribir versos tristes es mucho más complicado que escribir tristes versos; y por si fuera poco, para escribir los versos más tristes esta noche, primero debe esperarse a que anochezca.

         Por sexta ocasión en cinco minutos, miró el reloj. Once de la mañana, mi corazón la busca, y ella no está conmigo, como no lo estuvo ayer ni estará jamás, porque simplemente ella no volverá y él no la buscará: podrán equivocarse pero son incapaces de rectificar, tal es su forma de ser, aunque los dos lo nieguen. Once uno y como para acercarla mi mirada la busca, sus ojos que no se acostumbran a haberla perdido, recorren sin éxito los lugares que antes ella ocupaba, imposibilitados para buscarla donde ahora se encuentra; todo resulta diferente, él mismo se desconoce sin la imagen de ella a su lado. Once dos y todo lo que pudo haber sido y no fue se agolpa en sus recuerdos, hasta sentirse encerrado y querer huir, pero eso no es posible, no hay forma de huir de los recuerdos mientras estos duran; la besé tantas veces bajo el cielo infinito y al final sólo queda dolor, añoranza, melancolía, ternura, odio tal vez. Once tres y ella, su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos, y el aliento de ella y el aroma de ella y la ternura de ella y el odio de ella y el rencor de ella y la indiferencia de ella y el desprecio de ella y la ausencia de ella, todos juntos, caen sobre él como una dolorosa caricia. Es tan largo el olvido, se dijo descubriendo el hilo negro a las once cuatro. Pero si el olvido no llega, por algo ha de ser, pensar que no la tengo, sentir que la he perdido, y ella es la fuerza suficiente que impide la presencia del olvido, sin importar que sean las once cinco u once seis. Yo la quise, y a veces ella también me quiso, se convierte segundo a segundo en una idea recurrente, capaz de frenar el transcurrir del tiempo y aislarlo del mundo; lo invade la soledad, sin ella no importa nadie más, no importa nada más, no importa nunca más. El reloj le muestra números sin ningún sentido, lo mira y tal vez marca las once siete o cualquier otra hora, imposible saberlo por más que tenga la vista fija en él, y el verso cae al alma como al pasto el rocío. ¿Once ocho? Todo es ella y su soledad más inmensa sin ella. Porque ella lo dejó con un amor infinito que ahora él no puede darle y que si no es a ella, no le importa, no puede, no quiere dárselo a nadie más. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Ese amor inconmensurable que lo agobia, que lo aplasta porque solo no puede con tanto peso, lo mantiene con el ánimo por los suelos.

         Puedo escribir los versos más tristes esta noche, piensa mientras encañona su sien con una pistola, a las once nueve. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa.

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Pretextos de José Galván Rivas
(C) 1999, José Galván Rivas
Nicolás Romero, Estado de México