DIEZ MINUTOS SIN ELLA
Con el ánimo por los suelos puedo escribir los versos
más tristes esta noche, pensó, pero una cosa es pensarlo y otra sentarse a escribir; no basta tener el ánimo por los suelos,
escribir versos tristes es mucho más complicado que escribir tristes versos; y por si fuera poco, para escribir los versos
más tristes esta noche, primero debe esperarse a que anochezca.
Por sexta ocasión en cinco minutos, miró el reloj. Once de la mañana, mi corazón la busca, y ella no está conmigo,
como no lo estuvo ayer ni estará jamás, porque simplemente ella no volverá y él no la buscará: podrán equivocarse pero son
incapaces de rectificar, tal es su forma de ser, aunque los dos lo nieguen. Once uno y como para acercarla mi mirada la
busca, sus ojos que no se acostumbran a haberla perdido, recorren sin éxito los lugares que antes ella ocupaba, imposibilitados
para buscarla donde ahora se encuentra; todo resulta diferente, él mismo se desconoce sin la imagen de ella a su lado. Once
dos y todo lo que pudo haber sido y no fue se agolpa en sus recuerdos, hasta sentirse encerrado y querer huir, pero eso no
es posible, no hay forma de huir de los recuerdos mientras estos duran; la besé tantas veces bajo el cielo infinito
y al final sólo queda dolor, añoranza, melancolía, ternura, odio tal vez. Once tres y ella, su voz, su cuerpo claro, sus
ojos infinitos, y el aliento de ella y el aroma de ella y la ternura de ella y el odio de ella y el rencor de ella y la
indiferencia de ella y el desprecio de ella y la ausencia de ella, todos juntos, caen sobre él como una dolorosa caricia.
Es tan largo el olvido, se dijo descubriendo el hilo negro a las once cuatro. Pero si el olvido no llega, por algo
ha de ser, pensar que no la tengo, sentir que la he perdido, y ella es la fuerza suficiente que impide la presencia
del olvido, sin importar que sean las once cinco u once seis. Yo la quise, y a veces ella también me quiso, se convierte
segundo a segundo en una idea recurrente, capaz de frenar el transcurrir del tiempo y aislarlo del mundo; lo invade la soledad,
sin ella no importa nadie más, no importa nada más, no importa nunca más. El reloj le muestra números sin ningún sentido,
lo mira y tal vez marca las once siete o cualquier otra hora, imposible saberlo por más que tenga la vista fija en él, y
el verso cae al alma como al pasto el rocío. ¿Once ocho? Todo es ella y su soledad más inmensa sin ella. Porque
ella lo dejó con un amor infinito que ahora él no puede darle y que si no es a ella, no le importa, no puede, no quiere dárselo
a nadie más. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Ese amor inconmensurable que lo agobia, que lo aplasta porque
solo no puede con tanto peso, lo mantiene con el ánimo por los suelos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, piensa mientras encañona su sien con una pistola, a las once
nueve. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa.
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