EL GATO
Fue un maullido quizás alegre, goloso, largo. Instintivamente volvió
el rostro y alcanzó a ver un gato que gustoso se relamía los bigotes ante la presencia de una inminente presa. Siempre había
sentido un odio desmesurado por esa clase de animales; además le infundían cierto temor.
Hubiera deseado levantarse de donde estaba, acercarse al gato y propinarle fuerte puntapié, después cargarlo y arrojarlo
a la calle. Los gatos le parecían horribles, monstruosos. Sobre todo le molestaban su andar silencioso, ágil, y esos ojos
que brillan en la oscuridad como ascuas extraídas del mismo infierno.
No pudo continuar sus pensamientos. Intentó ponerse de pie, pero un segundo golpe lo arrojó ahora en sentido contrario.
El maldito gato no se decidía a terminar con su estúpido juego. En esos momentos, por primera vez en su vida, lamentó no ser
más que un pequeño ratón.