CATARSIS
–¡Eco!
–...eco, eco, eco... –respondió el universo. Guardé silencio y todo fue tranquilidad. O, ¿acaso era la
represión que caía sobre la tempestad? La luna, muy tenue, se reía de mí. En medio de la soledad, pensé que la injusticia
divina existía y yo estaba a su merced.
–Muerte –supliqué al mar–, necesito un poco de calma.
La guerra continuaba. Mi alma y yo. ¿Cómo lograr un puente de salvación, cómo terminar de una vez? Había sido tan firme
como un roble, ningún espectro me conmovió. Sólo ella, una mujer.
El viento silbó una música de libertad. En mi mente todo estaba oscuro. Imposible hallar una tabla de salvación. Su
majestad el caos reina sobre este pobre ser, generoso ladrón sin propiedad alguna.
Una mujer... Quizá el jardín del edén no era para mí. En ese instante la niebla impedía ver un árbol a dos pasos y
yo buscaba una mariposa en la distancia. ¿Se puede nacer por segunda vez, dar vuelta al reloj de arena? ¿Existió el amor?
No, sólo un instinto animal.
–Muerte... –supliqué por enésima vez. Los cuatro vientos ululaban sin traer respuesta. Gotas de sudor perlaron
mi frente. Podría estar en la tranquilidad de mi lecho, en cambio, de cada ojo surgían lágrimas intermitentes. ¿De qué madera
estoy hecho? Necesitaría verme en un espejo y ni así lo sabría.
–Quiero descansar en un valle, al final del arco iris, y ser tema de la poesía.
–...muerte, muerte, muerte... –respondió el mar, mientras caía en el abismo y mi ser, indivisible, amenazaba
con romper la luna en mil reflejos.