MIL MILLAS
Viajaba en una caravana por el desierto. Inesperadamente, inició una
tormenta de arena. Perdimos toda visibilidad, era igual a estar ciegos. No sé qué pasó. Mientras buscábamos refugio, me separé
de los demás. Con más suerte que astucia logré ponerme a salvo. Cuando acabó la tormenta, estaba solo, en medio del desierto,
a mil millas de tierra habitada. Excepto un poco de agua, lo perdí todo.
Sentí miedo ante la soledad. Pensé que lo peor sería quedarme en algún lugar. Caminé con la esperanza de encontrar
a la caravana. No importaba para dónde ir, cualquier lado resultaba igual. Sentía desfallecer. No pude más, Caí en la arena.
El frío de la noche me despertó. Bebí el último trago de agua que me quedaba. Sudaba; los dientes castañeteaban, el
cuerpo, aterido, me parecía ajeno. Intenté continuar la marcha. Los pies a duras penas lograban sostenerme, caminar implicaba
un esfuerzo más allá de mis fuerzas. El horizonte eran dos líneas curvas. No había señal alguna de la caravana, ni siquiera
de una planta o animal. Más que nunca lamenté hallarme a mil millas de toda región habitada.
–Hace seis años, en este mismo lugar, un hombrecito con los cabellos color de oro, me pidió ayuda para regresar
a su casa.
Observaba el cielo, absorto. Había descubierto una estrella justo sobre el lugar en que estaba. Al oír la voz, sobresaltado,
miré para uno y otro lado, buscando quién me hablaba. No vi a nadie.
–Él vive en la estrella que está sobre nosotros.
Un anillo color de luna se movió en la arena.
–¿Quieres ir a esa estrella?
–Yo... –no sabía qué decir, quizá todo eran alucinaciones febriles– estoy perdido. Viajaba en una
caravana...
–No, mi poder no sirve de mucho para resolver tu problema.
–Gracias, de cualquier manera...
–Puedo mandarte a esa estrella. En ella habitan un hombrecito de cabellos color de oro, una rosa y un borrego.
Alcé la vista hacia la estrella y me di cuenta que cintilaba sólo para mí. Era una estrella que sabía reír.
–¿Puedes?
–Eso es mejor a que vagues sin rumbo. Aquí estarás cuando la caravana pueda encontrarte. Pero mientras, conocerás
la estrella y sus habitantes.
Bastó un movimiento afirmativo, desde el límite de la consciencia. La serpiente se enroscó en mi tobillo, como un brazalete
de oro. Permanecí inmóvil, sin decir nada más. Luego, caí lentamente sobre la arena, mientras el rayo amarillo que me había
tocado se alejaba en absoluto silencio.