OLVIDAR A GLORIA
“...En
la maravillosa ficción del amor imposible que para
durar
toda la vida necesita del punto final de una novela.”
-Alfredo Bryce Echenique.
“¿Puede
escribirse una novela sobre una historia
como ésta?
Quizá debería escribir una sobre las mujeres
de las
que huyo porque pude hacer mías.
O hubiera
podido. Tenerlas. O es la misma historia.”
-Umberto
Eco.
Por fin había decidido iniciar una nueva
etapa en su vida. Dejar al pasado en el pasado. Olvidar a Gloria. Olvidar los últimos dos años y seis meses, desde
el día en que la conoció sin
siquiera enterarse que la había conocido, hasta justo este momento en que decidió iniciar una nueva etapa en su vida.
Olvidar todo este año que ha transcurrido desde que decidió marcharse para siempre, pero en el cual ha vivido aferrado con desesperación a la esperanza de que ella va a llegar en su búsqueda
y salvamento. Olvidar y empezar de nuevo, sin Gloria. Por
eso estaba allí, en un salón de clases, en el primer día de un curso de capacitación para trabajar como encuestador, un trabajo
pésimo a cambio de un excelente inicio en su decidida campaña de olvido.
Pero, ¿qué diablos sucede? El pasado que se niega a quedar en el pasado, el olvido que ha decidido no llegar. A solicitud
del instructor, cada uno de los alumnos se presenta ante el grupo: “Soy Fulanito, vivo en tal lugar, mi trabajo anterior
fue aquel y ahora quiero trabajar aquí por estos motivos...” Sin importarle la presentación de los demás, mentalmente
ensaya lo que va a decir: Mi nombre es José pero Gloria me llamaba Joe; vivo cerca de aquí pero muy lejos de Gloria; trabajamos juntos ella y yo, y ahora Gloria
trabaja sin mí. Quiero trabajar aquí para ver si logro olvidar. Olvidar a Gloria, por supuesto.”
Siente que su cuerpo se electriza: Esa muchacha acaba de decir que se llama igual que Gloria y, lo que es más, su apellido es el mismo apellido de Gloria. Y él, que a nada prestaba atención, al escuchar el nombre mágico de inmediato buscó y se concentró
totalmente en esa Gloria
que se llama igual a Gloria.
¿Qué es esto, Gloria: Una casualidad, el destino o qué? Por qué te haces
presente justo hoy que decidí olvidarte para siempre, hoy que se cumple un año desde la renuncia a mi anterior trabajo, que
en realidad era mi renuncia a seguir cerca de ti; por qué te haces presente hoy que se cumplen diez meses y dos días desde
la última vez que te vi y platicamos de cuerpo presente; hoy que se cumplen seis meses y diez días desde la última charla
telefónica que tuve contigo; hoy que ya no te esperaba, hoy que decidí empezar de nuevo, sin ti.
El curso de capacitación no presentaba ningún problema, todo era meros lugares comunes. De cuando en cuando tomaba
alguna nota, sin distraerse mucho de lo que en verdad acaparaba su atención: La homónima de Gloria. Procuraba una vigilancia discreta, con temor de verse descubierto por esa mirada desconocida,
pero al mismo tiempo deseando que ella lo viera, que ella supiera que estaba allí, ansioso por conocerla, sintiendo una angustia
y una nostalgia y un firme deseo y que casi se había enamorado ya sólo porque ella era Gloria, aunque no fuera Gloria.
Descubierto en flagrante delito, alzó la vista hacia el instructor.
–Sí, usted –lo señalaba amenazador–. ¿En qué orden recorrerá las casas de una manzana?
Recién llegado al mundo, no comprendió la pregunta. Iba a pedir que se la repitieran cuando una voz, apenas audible,
mencionó las manecillas del reloj. Recordó la última anotación y sin saber si era la respuesta, dijo la información maquinalmente:
“El recorrido de cada manzana se hará iniciando en la esquina noroeste y avanzando en el sentido de las manecillas
de un reloj”. Respuesta correcta. En voz baja, agradeció su ayuda a la muchacha que le sopló. Ella, con toda amabilidad,
se presentó: Esther. Y con sus preguntas y comentarios se convirtió en un factor más para distraerlo de la clase y hasta de
las dos Glorias.
Después de todo, esto puede ser un nuevo inicio. Estar en otro lado, trabajar en algo nuevo, conocer a Esther, vincularse
al mundo, hacer todo lo que dejó de hacer a lo largo de un año sin Gloria.
Concluye la clase. Sin perder de vista a Gloria, se pone
de pie. A su lado, Esther le habla pero él no la atiende, le pide que espere un momento y camina para alcanzar a Gloria. Se nota que trae prisa. Él la llama “¡Gloria!” y ella se detiene. Él sonríe con una sonrisa entre tímida y estúpida, ella lo mira y descubre
al insolente que no dejó de mirarla durante toda la clase.
–¿Sí? –le pregunta un tanto impaciente, mientras mira el reloj.
–Yo... Sólo quería preguntarte...
No sabe qué decir. A pesar de que no hay parecido físico, esa mirada entre compasiva y sarcástica, esa media sonrisa
burlona, esa forma de sujetar un cuaderno, se figura estar frente a Gloria.
Y pierde seguridad, y titubea más que de costumbre, y siente que su rostro arde.
–Es decir, quiero asegurarme –las palabras surgen con gran dificultad–, que entendí bien tu nombre...
Hay pretextos estúpidos para iniciar una charla –piensa ella–, pero este es el peor de todos.
Gloria dice su nombre y apellido, iguales al nombre y apellido
de Gloria, y ofrece su mano en un impaciente saludo; él la estrecha
apenas con un roce, sin atreverse a dar firmeza al saludo; ella lo mira al rostro, él le mira los ojos; ella baja la mirada
hacia las manos, él siente que su mano es presionada con firmeza y empujada hacia abajo, luego, por inercia, regresa a su
posición original y finalmente es liberada del saludo entre amable e impaciente. Tartamudea al decir su nombre; Gloria le responde con un “mucho gusto” y se despide porque tiene
prisa. Él queda allí, en el limbo, viéndola salir del salón.
–¿Es tu amiga? –le pregunta Esther, que lleva varios segundos a su lado, mirándolo ver cómo se aleja Gloria. Él mueve la cabeza para negar, ella insiste en su curiosidad–.
Bueno, pero la conoces.
–Tampoco. O casi la conozco. Es... Ella es un emisario del pasado.